sábado, 5 de septiembre de 2009


PRIMERA Y ULTIMA NOTICIA DE JAVIER HERAUD

Las informaciones acerca de choques armados, revueltas campesinas y guerrillas ya no son primicias en las páginas sombrías de la prensa peruana. Nos estamos habituando a la violencia, al horror. Oímos decir y leemos que un subversivo ha sido abatido, o que a sangre y fuego se persigue a un agitador, y nos quedamos quietos. Sin embargo, de pronto, la lisa superficie de la costumbre se agita como si por primera vez un rebelde (se podría escribir: un romántico) cayera ante las balas de la fuerza pública.

Ayer no más una noticia así no sacó de nuestro resignado acatamiento de la muerte anónima, la de la victima sin rostro, comunero indio, minero mestizo o estudiante revolucionario. Una ráfaga de odio había acabado con un poeta, Javier Heraud. Y no lo quisimos creer. Hasta hace apenas un año estaba entre nosotros, era un joven compañero, todavía un adolescente, y su talento nos sorprendía, nos enorgullecía.

No quiero –no puedo– escribir una elegía. La historia de Heraud es brevísima. Cinco años atrás ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Lima. Sus profesores Luis Jaime Cisneros, Washington Delgado, Luis Alberto Ratto y José Miguel Oviedo descubrieron inmediatamente en él la rara calidad de artista de race. Conforme se acendró en Heraud la vocación creadora su inconformismo se hizo más premioso, exigente, y, en cierto modo, mortal. Mas no era un fanático. estaba cada vez más en sí, y también más dado a los demás. La editorial de poesía que Javier Sologuren con tanto sacrificio mantenía publicó, en 1960, un excelente poema de Heraud: El Río (Cuadernos de Hontanar, Lima). Un epígrafe de Antonio Machado –la vida baja como un ancho río– desataba ahí un cantico en el que la existencia, como una caudalosa corriente brotaba en un insignificante manantial, se confundía al fin con aguas turbias, oceánicas, de una más plena vida. Entre El Río y su segundo libro, El Viaje (Ediciones Cuadernos Trimestrales de Poesía, Lima, 1961), medió apenas un año, pero la intensidad con la que el poeta vivió aquel tiempo, entregado ya a la lucha desigual en la que sucumbiría, estaba dulce y patéticamente inscrita en los nuevos versos.




El viaje se cumplía hacia la propia intimidad: en ella Heraud no se recreaba porque, de vuelta de un largo recorrido por la realidad y la fantasía, su palabra ya no cantaba jubilosa. Confesión desgarradora, limpia de todo ornamento, desnuda como una luz substancial, los poetas de esta serie aludían reiteradamente a la muerte, llamándola y conjurándola, atraído por ella a pesar de sí como una falena que gira alrededor de la llama que la ha de quemar. Ahora se habla de la premonición mortal contenida en los versos de Heraud, pero es preferible y más justo atribuirle dicho culto de la muerte a la elección libre del destino, no suicida, sino mártir, distante por igual del éxito y del fracaso. El último poema, Epilogo, de su segundo libro, anuncia su decisión: Sólo soy / un hombre triste / que agota sus palabras.

Agota sus palabras le quedaba la vida. A me
diados de mayo, tras abandonar Cuba, adonde se había dirigido para estudiar cinematografía, penetró en unión de siete estudiantes más la frontera selvática del Perú y el Brasil e ingreso en su tierra patria para luchar como guerrillero. Los ocho jóvenes combatientes atravesaron la enmarañada selva del Departamento de Madre de Dios y arribaron tras larga jornada a pie a Puerto Maldonado, una población fronteriza de no más de seiscientos habitantes. Aquí las informaciones periodísticas y oficiales se contradicen. Es probable que el grupo, agotado por el esfuerzo, fuera sorprendido por la policía. En la huida resultaron apresados tres de sus miembros, mientras uno, aún prófugo, conseguía escapar. Los otros dos, Heraud uno de ellos, fueron acorralados por la fuerza pública y la población armada, cuando, cruzaron a nado el río, lograron ser recogidos por un generoso balsero. Varias lanchas los acosaron. Hubo un tiroteo. Cayeron un policía y el balsero, y luego Heraud y su camarada, después que ambos habían enarbolado banderas blancas de rendición. En el cuerpo del poeta –de acuerdo la declaración de su padre quien viajo a Puerto Maldonado a identificar el cadáver– había una treintena de balazos, varios de un proyectil explosivo habitualmente empleado en la zona para la cacería de fieras. Eso es todo.

Claro que inmediatamente buena parte de la prensa segregó sus vastas infamias mezcladas con las grandes palabras de la peculiar moralina burguesa. Otra, menos farisea, se pregunto –como si fuera po
sible preguntarse semejante cosa– por qué razones jóvenes “con un porvenir brillante por delante” se daban a matar y morir. Por supuesto que tanta malevolencia o vacuidad no fueron compensadas con el homenaje público que a Heraud tributaron escritores y estudiantes, y todavía nadie sabe qué hacer para devolver el nombre y la obra del joven al lugar que le corresponden. Es mi situación ahora.

Javier Heraud era un hombre parco, pesado de andar, de constantes sonrisas en los labios, de mirada de asombro profundo. Estuve incontables veces con él, pero no conversamos mucho. Fui tal vez el primero que publicó un comentario de El Rio. Me lo agradeció palmeándome con sus toscas manos la espalda, como si yo fuera el chico, pero esto con tal aire de no saber decir una frase convencional que era claro síntoma de su inocencia, de su candor. Inocencia y candor –no ingenuidad, fácil credulidad, no– que lo llevaron a empuñar un precario fusil para destruir el mundo que consideraba podrido, pero que no venían acompañados de la astucia del combatiente subrepticio, que suele ser fuerte y ágil, que sabe golpear y rehuir el contragolpe del enemigo. Me imagino cómo fue derribado –él mismo describió el escenario: y supuse que / al final moriría / alguna tarde / entre pájaros / y árboles, (en El Viaje) –, ofreciendo el gran blanco de su cuerpo sin malicia, esperando encender con su fuego de ira y justicia el río, el bosque, el cielo, los hombres. Es todo lo que puedo escribir ahora como introducción a algunos de sus poemas porque sé que, aun acribillado, su cadáver, ay, siguió muriendo, como el cadáver del miliciano español en el himno de Cesar Vallejo, y sé que seguirá muriendo por siempre en sus versos.

Sebastián Salazar Bondy


Javier Heraud

Destrucción de las sombras e inicio de los días

Nos prometieron la felicidad
y hasta nada nos han dado.

¿Para qué elevar promesas si
a la hora de l
a lluvia sólo
tendremos al sol y al tr
igo muerto?
¿Para qué cosechar y cosechar si
luego nos quitarán el maíz,
el trigo, las flores y las frutas?
Para tener un poco
de descanso no
queremos esperar las promesas y
los rue
gos:
tendremos que llegar al mismo
nacimiento del camin
o, rehacer todo,
volver con pasos le
ntos desparramando
lluvias por los campos,
sembrando trigo c
on las manos,
cosechando peces con nuestras
interminables bocas.
Nada quere
mos aprovechar,
¡oh, alegría!
Mejor hubiera si
do naufragar
y no llegar,
porque ahora to
do tenemos
que hacerlo co
n las manos:
construir palabras como
troncos, no implorar ni
gemir sino acabar,
terminar a golpes con la tierra muerta

I

Mi amigo tal vez haya muerto
¡Oh! Alabanza del aire y de los sueños:
¡nosotros dormimos y el mundo
muere alrededor cubierto de roció!
¡Dormimos y el sueño morimos
cada tarde y cada noche al son
de los pájaros y
los árboles!
El despertar es sie
mpre hermoso:
perdemos el orden, las gulas,
los deseos y los placeres.
Y tenemos
que comenzar a acostumbrarnos de
nuevo, pensar t
odo el cuarto,
las ventanas, la puertas, todo.
Un pensamiento nos asalto de pronto:
hemos olvidado
una cita en la
mañana y ya es demasiado tarde,
¡no hemos hecho nada
muchas horas,
tal vez se pueda empezar
desde el p
rincipio,
dormir, dormir,
oh tristeza y alabanza!
¡El tiempo de dorm
ir ya se ha pasado,
soñar diez o doce horas
es suficiente,
nos están atormentando demasiado,
oh sue
ño,
oh alabanza del viento y de la muerte!


(ESTACION REUNIDA, Lima – 1961; Las sombras y los días )


Estación Final

Si tuviera una espada
blanca y dura,
cortaría en dos
las hojas del tiempo derramado
y hundiría entre mis
brazos siempre armados,
al verano seco y pegajoso

(ESTACION REUNIDA, Lima – 1961; Estación del desencanto o poemas contra el verano)


Dos preguntas

PRIMERA PREGUNTA

“¿En qué lugar de Lima, la dorada, vivían los que la construyeron?”
(Bertolt Brecht)

SEGUNDA PREGUNTA

¿Por qué será que todavía existen
Infelices que nos hablan de una Lima
señorial, antigua, colonial, y bella?
¿Por qué quedan todavía desgraciados
que anhelan sin cesar la ciudad de los Reyes,
las tapadas, los balcones, la alameda,
si de eso sólo queda un basural de hambre,
de miseria y de mentira?
Ciudad de los Reyes
de la explotación y del hambre,
tres veces coronada por la sumisión,
ciudad triste, hambrienta, mísera
por todos lados,
salvo pequeños rinconcitos
donde se canta “la flor de la canela”,
“viva el Perú y sereno” y se bebe whisky
con hielo y cocacolas.

(VARIA INVENCION, poemas no recogidos en libros)

Balada escénica sobre la revolución cubana

Personajes: un norteamericano y
un miliciano cubano.
Aparece un funcionario yankee
mascando chicle. –Habla:
hablo entre las lunas llenas
de comunistas.
han ocupado el Caribe
hemos perdido una isla.
pero con nosotros no se atreven.
¿Recuerdan todavía que hicimos
hervir a 300 mil japoneses, ja?
Pero ay, la libertad,
la democracia, la justicia,
la igualdad entre los hombres
han sido victimados por tanques rusos.
Castro, ah, sí, es un barbudo loco,
debe morir en la cámara de gas,
¿por qué no se afeita?
Debemos poner a Cuba de rodillas,
y por eso yo también me arrodillo,
porque mi nuevo presidente es católico,
cree en el dios único existente,
y tiene además a una esposa bonita y hacendosa.
(Aparte):
Me perdonan ustedes por un instante,
pero me han venido ganas de orinar.
(Aparece una puerta portátil
que lleva un letrero:
“For White men only”
(A lo lejos se escuchan voces. Se han acercado. Aparecen funcionarios de diferentes países Latinoamericanos y periodistas a sueldo vestidos de saltimbanquis. Se ponen en fila y repiten a coro lo dicho por el yankee). Salen.
Aparece un miliciano con un uniforme verde olivo y un fusil. –Habla:
Porque mi patria es hermosa
como una espada en el aire,
y más grande ahora y aun
más hermosa todavía,
yo hablo y la defiendo
con mi vida .
No me importa lo que digan
los traidores,
hemos cerrado el pasado
con gruesas lagrimas de acero.
El cielo es nuestro,
nuestro el pan de cada día,
hemos sembrado y cosechado
el trigo y la tierra,
y el trigo y la tierra
son nuestros,
y para siempre nos pertenecen
el mar,
las montañas y los pájaros.
Sale.
(1961)
(VARIA INVENCION, poemas no recogidos en libros)



Plaza Roja 1961

Plaza Roja 1961.
Verano de otoños incendiados.
Palomas que circulan el aire
a cada paso nuestro.
Hombres que se detienen.
Aire libre y puro y sano.
(San Basilio canta su hermosa
balada de colores).
Lenin, dormido,
vigila la marcha de su pueblo.
(Allí está. Pueden verlo.
no es engaño).
Adoquines y pasos.
Gente que se reúne:
Gagarín que regresa de su vuelo
con un flor que arrancó a las estrellas.
(Titov besa a las mujeres y a los niños).
Plaza Roja 1961.
El Kremlin reposa con su muralla
exprimida del fondo de los siglos.
Gorki en la pared
canta a los niños su historia repetida.
(En los jardines del Kremlin
los niños juegan con helados
de fruta y con globos).
Los enamorados se besan
bajo árboles frondosos.
La campana rota calla su sonido.
(Del cañón salen palomas
que juegan a los trinos).
Plaza Roja 1961.
Aquí yo he estado en el centro del incendio
en plena Plaza Roja y varias veces,
tragándome mis penas
y forzando mi pequeñísima alegría.
He dicho paz en rojo, en calles,
en plazas y jardines.
Y digo paz en Moscú, en Tashkent,
o en el corazón herido de mi pueblo.

(VARIA INVENCION, poemas no recogidos en libros)


En la Plaza Roja

A estas horas, en estos días,
estuve en Moscú,
y desde mi piso 23 del hotel Ucraína
vi el rio Moscú de noche
y a una ciudad de noche
que vive y duerme en la paz
de sus auroras.
A estas horas, Arturo y Mario
pasean Moscú.
Pero es diferente.
Ellos hablan con Marcos Ana,
hablarán de España,
verán en los ojos más abiertos
de su pueblo
el renacer y la esperanza.
(Pero es diferente,
estamos en 1962;
Nicolaiev y Popóvich
suman más de 100 vueltas).
Ellos caminarán por la Plaza Roja,
hablaran de mí entre adoquines.
Yo también quisiera hablar con Marcos Ana,
contarle de mi pueblo y de su lucha.
Pero ahora
(no es demagógico decirlo)
hay otras luchas que hacer,
Y Arturo y Mario hablaran por mí
con las palomas.

(VARIA INVENCION, poemas no recogidos en libros)


Palabra de guerrillero

Porque mi patria es hermosa
como una espada en el aire,
y más grande ahora y aun
más hermosa todavía,
yo hablo y la defiendo
con mi vida.
No me importa lo que digan los traidores,
hemos cerrado el pasado
con gruesas lagrimas de acero.
El cielo es nuestro,
nuestro pan de cada día,
hemos sembrado y cosechado
el trigo y la tierra,
y el trigo y la tierra
son nuestros,
y para siempre nos pertenecen
el mar,
las montañas y los pájaros.

(VARIA INVENCION, poemas no recogidos en libros)




POEMAS DE RODRIGO MACHADO
LA HABANA, 1962 – LA PAZ, 1963

Nota: Rodrigo Machado fue el seudónimo que utilizó Javier Heraud como militante del Ejército de Liberación Nacional del Perú.

Explicación
Rodrigo Machado nació un día del mes de julio en la Habana, el año de 1962. (Su edad no se sabe aún pues tiene la edad de la lucha de su pueblo). La guerra contra el imperialismo, a la que irá conjuntamente con 40 camaradas, dirá o callará los años que él ha de cumplir.

¿Se quedará en algún monte regado con una bala en su cuerpo? ¿Seguirá de viaje a la esperanza o lo enterrarán en el lecho de algún río, entonces enteramente seco?

No, pero los ríos de la vida, de la esp
eranza, seguirán afluyendo con torrentes cristalinos. Porque en el río está la vida de un hombre, de muchos hombres, de un pueblo, de muchos pueblos.
Y Rodrigo Machado, de pie o acostado, seguirá cantando con un fusil al hombre, porque el fusil será uno de los medios para lograr la liberación.
Y una vez liberados, los hombres dignos y honrados dirán la verdad a todo el mundo sobre nuestro pueblo, sobre la lucha y su futura vida. Sólo entonces, Rodrigo Machado y con él los 40 camaradas que partieron hacia la vida (de pie o debajo de la tierra) se sentirán felices y dichosos.
La Habana, octubre 1962.

Fragmento de poema especial

Pero tiene un origen más lejano:
fue en abril (cruel y blando abril)
cuando una mañana aceptamos.
El final lo conocerán todos.
(me aburro y no termino este poema).
Pero voy al combate y a la guerra
por amor a mi suelo, a mis paisajes,
por amor a los pobres de mi tierra,
por amor a mi madre, a sus cariños,
por amor a la vida y a la muerte,
por amor a las cosas de los días,
por amor a los días del otoño,
por amor a los fríos del invierno.
No sé qué pasará conmigo y mis hermanos en la lucha
pero supe vivir y morir como hombre digno
queriendo respetar y salvar al que todo lo sufre,
queriendo abrir nuevos soles salvadores.
El final de la historia lo dirán mis compañeros
arriba, abajo, encima de la historia
y contarán a mis hijos
historias verdaderas
y para siempre vivirá la esperanza


Explicación

I

Antes hablé del río y las montañas,
canté al otoño, al invierno,
maldije al verano y a sus ritos.
Hablé, paseé, pisé, otras tierras,
dije paz en Moscú, en plazas,
en calles y puentes.
Hoy hago otra cosa.
Algunos preguntarán ¿de qué
se trata, qué ha pasado?
Nada ha pasado.
Un día conocí Cuba.
Conocí su relámpago de furor,
vi sus plazas llenas
de gentes y fusiles,
escuché sus gritos,
palpé, sentí, caminé Sierra Maestra,
pisé el Turquino,
vi el Apóstol en piedra
para siempre.
Vi a Fidel de piedra movediza,
escuché su voz de furia incontenible
hacia los enemigos.
Y recordé mi triste patria,
mi pueblo amordazado,
sus tristes niños, sus calles
despoblada de alegría.
Recordé, pensé, entreví sus
plazas vacías, su hambre
su miseria en cada puerta.
Todos recordamos lo mismo.
Triste Perú, dijimos, aún es tiempo
de recuperar la primavera,
de sembrar de nuevo los campos,
de barrer a los miserables “patriotas
explotadores”.
Se acabarán, dijimos, las fiestas
palaciegas para los menos
y las mesas sin comida
y con hambre.

IV

Pregunto:
¿Quién detiene al pueblo
en su avance hacia el futuro?
Todos responden “Nadie”.
Y entre humo y pólvora
y fusiles,
se le ve avanzar
de frente a la Historia.

V

Ellos

¿Dónde quedarán los traidores
a sueldo, los vendidos, los pobre
diablos?
¿A dónde irá la bazofia del país,
ellos que hablaban de “libertad”,
de “justicia”, de “igualdad”,
cuando miles morían en los campos,
(comuneros, campesinos, indios
desarmados) bajo las balas
del petróleo, de los latifundios,
de los explotadores?
Dejemos nomás que escuchen
los primeros tiros.
Dejemos nomás que vean al
primer campesino armado.
Dirán “es fácil”. Y mandarán
sus oficiales de plomo y huiski.
Morirán éstos. Mandarán otros.
Y casi, casi al final
se irán arrojando abajo
de las camas.
Se irán a las embajadas.
No importa, Los sacaremos de
sus inmundos huecos,
a todos juntos los juzgará
el pueblo.
Nadie podrá pedir clemencia para
ellos,
pues están solos.
Morirán ante el tribunal
del pueblo.
Nadie los llorará.
Pronto serán olvidados.
La Paz, 1963.

VI

Balada del guerrillero que partió

Una tarde díjole a su amada:
“Me voy, ya es tiempo de lluvias,
todo está anegado
la vida se me envuelve en la garganta
no puedo resistir más opresión.
Mientras mis hermanos
mueren en las sierras por balas
asesinas,
yo no debo quedar pensativo,
indiferente.
Adiós, me voy a los montes
con los guerrilleros”.
Se despidió y partió.
Y un día ya estaba
arriba, de brazo con los guerrilleros.
Fue su mano espada de plata fina,
aró, sembró, cosechó
la tierra
disparó con su fusil rayos
de esperanza,
y otro día ya estaba muerto,
con dos metros de tierra
sobre el hombro.
Pensativo y triste
aún recuerda a sus amada
inmemorial por largo tiempo.
Y ella lo espera junto al río,
en el puente de donde lo vio partir.
Y acaricia su vientre con tristeza,
pensando en él, en todos,
con sus ojos hermosos
y radiantes
mira hacia el puente, al río,
a la vida.
Y siente en su corazón
la esperanza, la nueva
alegría que su amado juntó
en la tierra.


Poema

Ahora debe ser, Juan, empuña tu fusil,
Pedro, coge tú la treinta.
Ahora hablaremos con las armas.
Antes era fácil, nos cogían con los gritos
en la mano, nos metían en las cárceles.
Somos menos, no importa. Estamos
armados y con la fe en el pueblo:
Campesinos, obreros y estudiantes:
ahora es el momento
levantémonos todos
para sembrar en la tierra,
en nuestro Perú
una nueva vida con machetes,
fusiles, hoces y martillos.
¿Quién podrá detenernos,
si ahora somos menos
pero seremos todos
contra el puñado que gobierna…


Arte poética

En verdad, en verdad hablando,
la poesía es un trabajo difícil
que se pierde o se gana
al compás de los años otoñales.
(Cuando uno es joven
y las flores que caen no se recogen
uno escribe y escribe entre las noches,
y a veces se llenan cientos y cientos
de cuartillas inservibles.
Uno puede alardear y decir
“yo escribo y no corrijo,
los poemas salen de mi mano
como la primavera que derrumbaron
los viejos cipreses de mi calle”)
pero conforme pasa el tiempo
y los años se filtran entre las sienes,
la poesía se va haciendo
trabajo de alfarero,
arcilla que se cuece entre las manos,
arcilla que se moldea fuegos rápidos.
Y la poesía es
un relámpago maravilloso,
una lluvia de palabras silenciosas,
un bosque de latidos y esperanzas,
el canto de los pueblos oprimidos,
el nuevo canto de los pueblos liberados.
Y la poesía es entonces,
el amor, la muerte,
la redención del hombre.

Madrid, 1961.

La Habana, 1962.

Fuente: Javier Heraud, poesías completas y cartas; PEISA, Biblioteca Peruana, 1976