sábado, 28 de junio de 2014

FÁBULAS CHINAS (2)


¿Quién es el más hermoso?

Zou Ji, del Reino de Qi, tenía seis pies de altura y una figura esbelta. Una mañana se vistió elegantemente, y se contempló en el espejo.
- ¿Quién es el más hermoso? -preguntó a su mujer-, ¿el señor Xu, de la ciudad del norte, o yo?
- Tú eres tan hermoso -contestó su mujer-, ¿cómo puede el señor Xu comparársete?
Pero ya que el señor Xu de la ciudad del norte era tan famoso en todo el país, por lo bien parecido, Zou Ji no creyó del todo a su mujer. Repitió la pregunta a su concubina.
- ¿Cómo se puede comparar al señor Xu contigo? -exclamó la concubina.
Más tarde, aquella mañana, llegó un visitante y Zou Ji le hizo la pregunta.
- Ud. es con mucho el más hermoso -replicó este hombre.
Al día siguiente, llegó el señor Xu en persona. Tras un análisis cuidadoso, Zou Ji se convenció de que el señor Xu era mucho mejor parecido que él. Se estudió frente al espejo y no dudó que él era de los dos el más corriente.
Esa noche, en su lecho, llegó a la siguiente conclusión: mi mujer me dice que soy el más hermoso, porque me lisonjea. Mi concubina lo dice por temor. Y mi huésped lo afirma porque necesita algo de mí.



FÁBULAS CHINAS (1)

Entre los siglos III y IV a.e. y XVI y XVII la fábula china llegó a su apogeo. Durante el primer periodo, la dominación feudal de la dinastía Zhou comenzó a derrumbarse y los Estados subdivididos de China se invadieron los unos a los otros. La tierra podía ser vendida y comprada libremente y ciertos nobles se empobrecieron y se convirtieron en gentes sencillas, mientras algunas de estas últimas empezaron a asimilar cultura; por consiguiente surgió una gran cantidad de pensadores y políticos y se desarrolló una competencia entre diversas escuelas ideológicas. Esos pensadores y políticos no sólo habían asimilado la cultura antigua de China y poseían abundantes conocimientos de historia, sino que también visitaban a menudo diversos Estados, se ponían en contacto con las masas y estaban al corriente de la vida del pueblo, y de las fábulas -alegorías inspiradas en anécdotas de la vida y las leyendas históricas- que el pueblo usaba como una forma de comunicación. Por eso, al satirizar o censurar a los gobernantes, al disputar o polemizar con los sabios contemporáneos, al enseñar a sus discípulos, y hasta al escribir libros o doctrinas, usaron a menudo gran cantidad de fábulas populares para reforzar la  persuasión de sus doctrinas. De ellos Han Feizi, Zhuang Zi y Lie Zi fueron los que emplearon más fábulas. Claro está que las concepciones científicas de esos pensadores y políticos constituyeron el tesoro de la cultura antigua de China y alcanzaron lucimiento en la historia de China; y las fábulas que usaron esos sabios como medios de comunicación se conservaron y asimilaron después más ampliamente gracias a sus obras, y fueron empleadas en las luchas de la vida cotidiana. Eso ocurrió porque esas fábulas creadas y pulidas por el pueblo no sólo poseían un manifiesto colorido en las imágenes y un carácter típico en las ideas sino que también eran concisas, fáciles y comprensibles para las gentes.


El hombre que no vio a nadie (Lie Zi)

Había una vez un hombre en el Reino de Qi que tenía sed de oro. Una mañana se vistió con elegancia y se fue a la plaza. Apenas llegó al puesto del comerciante en oro, se apoderó de una pieza y se escabulló.
El oficial que lo aprehendió le preguntó:
- ¿Por qué robó el oro en presencia de tanta gente?
- Cuando tomé el oro -contestó-, no vi a nadie. No vi más que el oro.



Tres o cuatro castañas (Zhuang Zi)

Un amaestrador de monos, en el Reino de Song, era muy aficionado a estos animales y mantenía un gran número de ellos. Era capaz de entenderles, y los monos a él. Por supuesto, tenía que apartar una porción de la comida de su familia para dársela a ellos. Pero llegó un día en que no sobraba comida en casa y él quiso disminuir la ración de los monos. Temía, sin embargo, que no estuviesen de acuerdo con esto, y decidió engañarlos.
- Les daré tres castañas cada mañana y cuatro cada tarde -les dijo-. ¿Será suficiente?
Todos los monos se alzaron en señal de protesta.
- Bueno, ¿qué les parece entonces: cuatro en la mañana y tres en la tarde?
Los monos, esta vez, volvieron a ponerse en cuclillas, bastante satisfechos.