martes, 3 de marzo de 2015

Campos roturados, de Mijaíl Shólojov

"Campos roturados" se ubica dentro de lo que los críticos llaman "realismo socialista". Pero, más allá de las categorías y denominaciones, se debe convenir en que "Campos roturados" es una gran novela. En ella, Shólojov demuestra el dominio que tiene sobre uno de los aspectos más difíciles de la creación novelística: los diálogos. Son ellos, naturales y sin artificio, como si escucháramos a los personajes hablar delante de nosotros, los que nos transmiten la fuerza de la lucha que se está librando en la construcción de la sociedad socialista. Asimismo, nos muestran al ser humano en toda su magnitud: con grandezas y debilidades, dudas y seguridades, avances y retrocesos.


"Campos roturados" se ubica en el periodo de colectivización agraria que se realizó en la naciente URSS (1928-1933). Este proceso fue empujado por 25 000 obreros, militantes comunistas, quienes, por decisión del PCUS, se trasladaron a las diversas zonas agrícolas del país. El proceso no fue fácil, como no lo podía ser desarraigar costumbre ancestrales, y a la vez que se combatía contra los "blancos" revolucionarios (guerra civil), había que avanzar en un proceso que se realizaba por primera vez en el mundo. Es así que, con "Campos roturados", Shólojov muestra la grandeza de la causa comunista y de los obreros y campesinos que se comprometieron con ella.

A través de Kondrat Maidánnikov, Ippolit Shali y el abuelo Schukar, Shólojov caracteriza las diferentes formas en las que el pueblo cosaco (campesinos pobres y medios) entendió la construcción de la nueva sociedad. Cómo, ese pueblo dotado de una inmensa sabiduría, supo congeniar sus costumbres ancestrales con el nuevo Poder soviético, que les exigía romper con sus rasgos individualistas y de pequeños propietarios en función del bien común.

A pesar de que se ha mencionado que Shólojov era estalinista, "Campos roturados" es crítica respecto del naciente burocratismo que se estaba instalando en el PCUS a partir del arribo de Stalin a la máxima dirección. Aquí debemos detenernos.

La exaltación de la figura del líder como "padre" es común en todos los pueblos campesinos. Lo observamos en las comunidades andinas que llaman "taita" al señor que se presenta como el líder, el sabio, el poderoso. En la URSS también se observó con Lenin, a quien llamaban "padrecito". Y también se observó con Mao en China, a quien igualaron con el Emperador. En ese sentido, la figura del "padrecito" Stalin no es novedad. Es algo espontáneo en los pueblos, evidencia de su idiosincracia. Sin embargo, los comunistas sabemos que esas creencias son, finalmente, nocivas, pues contribuyen a la exaltación del individuo y a la disolución del colectivo.

En "Campos roturados", la figura de Stalin se hace presente en el hombre del koljós de Gremiachi Log, y en las directivas que bajan del CC del PCUS y que se opondrían entre sí, a pesar de haber sido redactadas, supuestamente, por el propio Stalin. Sin embargo, lo que Shólojov refleja es la lucha interna que se estaba librando al interior del PCUS antes del control total tomado por Stalin. Esta lucha interna se daba en todos los niveles del partido: en la cabeza, que daba directivas contradictorias; en los soviets, donde los acomodaticios bloqueaban y hasta castigaban cualquier iniciativa propiamente comunista pero que iba en contra del "jefe máximo", mientras que practicaban una línea flexible contra los "blancos" contrarrevolucionarios; en las células de los pueblos, donde la pugna estaba entre quienes querían cumplir a rajatabla lo que decía el Poder soviético encarnado en Stalin y aquellos que se daban cuenta de que había que aplicar las enseñanzas dejadas por Lenin ("un paso atrás, dos adelante").

Shólojov es especialmente crítico con todos los elementos acomodaticios que, a través de un comportamiento adulón y sinuoso, lograron situarse en puestos de poder dentro del PCUS y a partir de ahí empezaron a boicotear -consciente e inconscientemente- la construcción del socialismo. De manera indirecta, esta es una crítica al Partido, que permitió la ascensión de tales elementos.


Yakov Lukich y el oficial Sedói son casos de personajes que boicotearon conscientemente. Supieron ocultar bien su pasado contrarrevolucionario, se hicieron pasar por personas a favor del socialismo y una vez en el poder no dudaron en hacer el máximo daño posible (complots, robos, crímenes). Polianitsa es el caso del que hace daño de manera inconsciente. Obrero fogueado en la Revolución de Octubre, cree que el tiempo de la lucha ya pasó y que ahora le toca cobrarse lo brindado. Es así que se acomoda con facilidad a la vida muelle del jefe que manda sin ensuciarse y las decisiones que toma están todas orientadas a conservar el nuevo estatus alcanzado. En ese estado de cosas, pululan los sobones, los intrigantes, los saboteadores, es decir, la contrarrevolución enmascarada.

Pero así como hay estos especímenes, existen los que se han entregado por completo a la causa y luchan a brazo partido por poner en práctica las directivas del PCUS, aplicando lo mejor que pueden la línea comunista, inclusive yendo en contra de algunas orientaciones excesivamente rígidas, o muy blandas, del Partido. Tenemos a Davídov, Nagúlnov, Razmiótnov, Nesterenko, los komsomoles. Todos ellos, militantes comunistas profundamente convencidos de la justeza de su causa. Y si bien cometen errores, están para ayudarse y enrumbar el camino. Pues, como afirma Nesterenko: "Nosotros, los comunistas, como soldados de una misma compañía, no debemos perder nunca el sentido de la camaradería".

Finalmente, Shólojov refleja el costo humano que implicó la construcción del socialismo en la URSS. Solo Razmiótnov logra quedar con vida después de la lucha contra los "blancos" y de la dura implementación de los koljoses. Mientras los acomodaticios viven confortablemente gracias a los cargos en los que se han situado, los comunistas de verdad son asesinados o mueren por enfermedades que atacan sus cuerpos minados por el trabajo sin descanso.

Pero así como unos mueren, otros se suman a la causa comunista, garantizando el inevitable triunfo final.

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